
¿Cómo puede haber paz en el mundo si nosotros, sus habitantes, no estamos en paz con nosotros mismos? Mientras siga habiendo una separación entre “nosotros” y “ellos”, “yo” y “los otros”, el conflicto permanecerá y la autotransformación será un mero sueño.
El despertar del Buda Interior, Lama Surya Das
Hace poco renuncié a mi trabajo, una decisión que me costó tomar, porque cuando quieres decidir algo importante –que lo impulsa tu corazón hacia la búsqueda de felicidad y tranquilidad–, aparece un amiguito que te la pone difícil: el “ego”. Ese amigo te conoce muy bien, por eso, sabe ponerte incómodo, hacerte sentir miedo y llevarte a retroceder, perder valentía y sacrificar tu felicidad, dado que tiene muy buenos argumentos para convencerte de no ir hacia esa dirección.
Uno de los mayores sufrimientos humanos está relacionado al “ego”. Un concepto con diversas interpretaciones y definiciones, dependiendo de la cultura y perspectiva desde la que haya sido abordado. En este escrito lo quiero definir como el “Yo” y la idea que construimos constantemente de lo que “somos”. Esta idea de lo que somos la nutren nuestras experiencias, educación, entorno en el que nos desenvolvemos, familia, amigos, etc. El problema es que no somos conscientes de que somos la construcción de un “Yo” que no necesariamente somos nosotros, sino aquellos paradigmas que nos enseñaron sobre cómo deberíamos ser. En ese escenario es donde caemos en la trampa de la personalidad: soy esto, soy lo otro, soy algo bueno, soy algo malo, soy emociones negativas, soy este rol profesional, soy esto en mi familia, entre otras.
Hace unas semanas recibí el consejo de un gran maestro al momento de decidir mi renuncia (no puedo decir su nombre, porque de conocerlo varios años sé que no le gustaría que por este medio hablara de él), su consejo fue tan brillante como simple: “a poner a dieta al ego”. Nuestro ego puede tener excesos de alimentación y llevarlo a una vida poco saludable. Por ejemplo, un ego goloso que le damos de comer todos los días chatarra y nos hace creernos que somos más importantes, inteligentes y capaces que otras personas. Siguiendo con la analogía, podemos comer chatarra todos los días porque es deliciosa, pero nuestro cuerpo comienza a sufrir sin darse cuenta y, de repente, somos obesos de egocentrismo. También existe la posibilidad de que seamos un ego desnutrido, porque creemos que no merecemos el amor de las demás personas o el amor propio; caemos en creernos víctimas y que no valemos lo suficiente.
Por esta razón, el ego también puede ponerse a dieta y buscar una alimentación balanceada. Según la ONU una alimentación balanceada contiene elementos como: cantidades suficientes, completa en nutrientes, proporción correcta de alimentos, bien preparada la comida y que sea variada, atractiva y diversa, que estimule diferentes sentidos, entre otros. Asimismo, nuestro “ego” necesita moderación en cantidades de autoreconocimiento o autocrítica, balance con la confianza para que no se vuelva arrogancia, una proporción correcta de darse ánimo, pero también de saber ser crítico y humilde. Además, diversificar su construcción personal, no somos solo el trabajo o el rol en mi familia, somos de todo un poco y en cada espacio merecemos ser felices y vivir tranquilos.
Como cualquier dieta, los primeros días son difíciles, porque ya traemos un hábito, de pronto un hábito de ser siempre soberbios y orgullosos o un hábito de victimizarnos y creernos poco, pero si vamos con determinación y convencidos de que necesitamos la dieta, nuestra mente, cuerpo y alma se mantendrán firmes. Y, más bien, al llegar el momento de alimentarse le daremos un buen almuerzo de compasión, humildad, confianza y amor propio y hacia los otros seres. Seguramente, con el paso de los días será un hábito y el ego tendrá su dieta balanceada. Por supuesto que puede haber domingos de hamburguesa con papas fritas, porque nuestra condición humana nos pide esas cosas, pero siempre recordando que si el ego está saludable la felicidad será más duradera en el largo plazo, permitiéndonos tomar decisiones basadas en el amor propio y no en la construcción del ego.
Como conclusión, nos invito a que revisemos nuestra alimentación del ego: ¿qué le damos de comer? ¿Cuáles son los alimentos que predominan en nuestro ego? ¿Es un ego goloso o desnutrido? Por supuesto, todo está conectado, esta invitación también nos tiene que llevar a reflexionar: ¿qué alimento le damos a nuestro cuerpo? ¿Siento energía todos los días consecuencia de una buena alimentación? ¿Tenemos una dieta saludable que en el largo plazo cuidará de nuestro cuerpo? No es casualidad que los problemas de alimentación tienen raíces en nuestras emociones (como el estrés, soledad, tristeza, aburrimiento y ansiedad) (serazul.com).
Finalmente, comparto esta reflexión del Libro Tibetano de la Vida y la Muerte de Sogyal Rimpoché, acerca del camino espiritual como el viaje para vencer al ego, convencido de que es una de las opciones que nos permitirán estar más cerca a la verdadera esencia de lo que somos:
“[…] Sin embargo, por mucho que se esfuerce el ego en sabotear el camino espiritual, si nos mantenemos firmes en él y trabajamos a fondo en la práctica de la meditación, poco a poco iremos descubriendo lo embaucados que estábamos con las promesas del ego, sus falsas esperanzas y sus falsos temores. Poco a poco empezamos a comprender que tanto la esperanza como el temor son enemigos de nuestra paz mental; las esperanzas nos engañan y nos dejan vacíos y decepcionados y los temores nos paralizan en la estrecha celda de nuestra falsa identidad. Asimismo vamos viendo cuán absoluto ha sido el dominio del ego sobre nuestra mente y advertimos que el ego, como un timador chiflado, nos ha estado estafando durante muchos años […]”.
Namasté